La crisis mundial que estamos atravesando tiene varias interpretaciones, como marxistas debemos buscar en la realidad objetiva las fuentes para nuestro análisis y, a partir de esa realidad, sacar conclusiones y marcar posibles tendencias para poder intervenir.
De boca de la burguesía todos son relatos
La burguesía mundial, en sus diversas expresiones, nos cuenta centralmente dos versiones, ambas tienen en común que la pandemia de Covid 19 es la causal primaria de la crisis, unos la explican por el efecto de esta en la economía y otros hacen eje en las políticas sanitarias que los diferentes gobiernos tuvieron para afrontar la pandemia para explicarla, o sea culpan al confinamiento más o menos prolongado o a la desidia. Con ambas explicaciones se intenta ocultar que la pandemia y el posterior cierre de las diferentes economías sólo aceleraron la tendencia a una crisis, no solamente económica, sino también financiera y ecológica, que ya venía manifestándose con recesión y sobrefinanciamiento globales a fines de 2019.
Recesión a fines de 2019
La entrada en lo que anunciaba una gran recesión se veía ya en las principales economías del mundo. En los EE. UU. el índice de producción industrial venía en caída desde septiembre de 2019. En Europa el sector industrial ya se encontraba en declive desde finales de 2018 y, en su principal economía Alemania, con una caída de la producción industrial de los 63 puntos de fines de 2017 a 34 en abril de 2020. La economía japonesa se contrajo un 1,6% en el cuarto trimestre de 2019 y la China con un crecimiento del 5,6%, marcó su nivel más bajo desde 1990.
Endeudamiento record
La deuda mundial alcanzó en 2019 los 255 billones de dólares y este año ha superado el 322 % del producto bruto interno (PBI) anual del planeta, 40 puntos porcentuales (87 billones de dólares) más que la acumulada al inicio de la anterior crisis económica, en 2008.
Esta situación ya fue advertida en una nota que realizamos en febrero y profundizada en otra de junio de este año:
La pandemia desnuda al sistema capitalista
“La pandemia actúa como un fogonazo, donde se ven claramente las diferencias sociales, la inequidad de sistemas de salud colapsados, la falta de viviendas, las paupérrimas condiciones en que viaja la clase trabajadora a sudar valor para los dueños de los medios de producción, todo se ve claramente por un momento, pero a su vez tiene un efecto acelerador de los proceso previos.
Diversas tendencias se venían desarrollando en el mundo, previo a la pandemia, en lo que hace a la geopolítica la guerra comercial entre EEUU y China conteniendo procesos de cierre de las economías de ambos países como parte de un proceso de cierre proteccionista del cual el Brexit es otro ejemplo.
En lo social, por una parte procesos de lucha de masas con grandes movilizaciones y, como contrapartida de estos, pero ya de más larga data, una profundización en el endurecimiento de los regímenes políticos y las situaciones de guerra abierta principalmente en Siria, Yemen, Sudán del sur, el Congo y Somalia. Finalmente los factores de la crisis económica en proceso, que también se encontraban en desarrollo antes de la pandemia, como el enfrentamiento entre Estados Unidos y China o los altos niveles de endeudamiento público y privado, la deflación y la tendencia a la recesión económica .”
La pandemia y las políticas para enfrentarla aceleraron procesos precedentes
Es indudable que la pandemia y las políticas de los diferentes gobiernos para enfrentarla aceleraron procesos precedentes, hoy los números de los informes de diferentes observatorios mundiales, como la OIT, la UNESCO, el Banco Mundial, el FMI, etc., dan sobradas muestras de esto, más allá de que todos estos estudios ponen a la pandemia como causal de la crisis , como veníamos diciendo, la crisis es propia del sistema capitalista y es un coletazo de la crisis de sobreproducción relativa iniciada en 2008. Veamos algunos datos:
Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), a lo largo de los tres primeros trimestres de 2020 se han destruido en todo el mundo 332 millones de puestos de trabajo medidos en horas, es decir una merma del 11,7% en comparación con el último trimestre de 2019. Una muestra de que la crisis es estructural y no sólo debido a la pandemia es que estos números difieren entre países ricos y pobres, acentuando la desigualdad pero sin importar las políticas de los gobiernos para afrontar la epidemia. De los 322 millones de puestos de trabajo, 143 millones se perdieron en los países de ingresos medios inferiores (-14%), 128 millones en los países de ingresos medios superiores (-11%) y 43 millones (-9,4%) en los países ricos.
Según el Banco Mundial, entre 88 y 115 millones de personas caerán o permanecerán en 2020 bajo el umbral de 1,90 dólares diarios como resultado de la pandemia. El incremento neto del número de personas muy pobres en comparación con 2019 será de entre 60 y 86 millones.
Según el informe de la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA), “Hasta 6.000 niños podrían morir cada día por causas evitables, como consecuencia de los efectos directos o indirectos de la covid-19. El número de personas en situación de inseguridad alimentaria extrema se incrementará hasta los 270 millones a finales de año, frente a los 149 millones de antes de la pandemia.”
Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (ONUDI), “en el segundo cuatrimestre de este año la actividad manufacturera mundial cayó un 12,5%. Sin embargo, mientras los países industrializados tuvieron una caída anual del 16% de su actividad industrial, en los países en desarrollo fue del 22%. La falta de recursos para hacer frente a la pandemia en los países emergentes llevó a que tomaran deuda por USD 124.000 millones en los primeros seis meses de 2020. La volatilidad y pánico que creó la crisis llevó a que se produjera un fuerte flujo de capitales, el más importante de la historia, de los países emergentes a los países centrales. Esto sumó inestabilidad en las monedas y economías de los países emergentes. Según el FMI, aproximadamente un tercio de todas las economías de mercados emergentes se encuentran al borde del default.”
Esta coyuntura de una aceleración tremenda del deterioro de los salarios, las condiciones de trabajo y de vida de gran parte de la población del planeta y las hambrunas se combina por una parte con el ascenso de masas precedente y la necesidad del capital de concentrar y relanzar la tasa de ganancia, y acentuó, como veremos más adelante, la desigualdad en todos los planos.
Las recetas del capital para salir de la crisis
Las crisis de sobreproducción relativa en el capitalismo del SXX se resolvieron con guerras destruyendo fuerzas productivas. Desde finales del siglo pasado el capital avanza sobre el trabajo provocando caída de salarios y precarización en el empleo a fin de incrementar la plusvalía, han intentado salir de la crisis de las .com y de la recesión del 2008 convirtiendo deudas privadas en públicas, aplicando medidas de austeridad complementadas con emisión monetaria.
En términos marxistas podríamos decir que fueron vanos intentos de eludir la ley del valor, Marx dice que estructuralmente las cosas sólo tienen valor porque en ellas se ha objetivado trabajo humano. Por lo tanto, el capital financiero no puede prevalecer permanentemente sobre el productivo o el comercial. Y, por otra parte, el intento de aumentar la cuota de plusvalor extraída del trabajo pauperiza a la clase trabajadora, alejándola del consumo e incrementando la crisis de sobreproducción relativa.
Para salir de este laberinto el capital sigue hipotecando la vida en el planeta.
Entre los factores comunes que marcan la continuidad de la etapa contrarrevolucionaria de la lucha de clases mundial, iniciada a finales de los 70 del siglo XX, destacamos la avanzada incesante del capital sobre el trabajo con deterioro del salario y precarización del empleo, aumento del extractivismo y el agronegocio con la destrucción del medio ambiente como corolario, la marginalidad creciente de cada vez más sectores de la población y naciones completas, el corrimiento a la derecha de las corrientes políticas y la salida a las crisis dentro de la política de reacción democrática.
Revolución 4.0 y Capitalismo sustentable
Los cambios tecnológicos tienen un indudable impacto sobre las estructuras macroeconómicas. Durante las últimas dos décadas, el progreso tecnológico se ha acelerado de manera exponencial. En el prefacio del informe “The Future of Jobs” Schwab y Samas (2016) definen lo que se entiende por Cuarta Revolución Industrial: “Hoy, estamos al principio de la Cuarta Revolución Industrial. Los avances en genética, inteligencia artificial, robótica, nanotecnología, impresión de 3D y biotecnología, (sólo para nombrar unos cuantos) se completarán y se amplificarán entre ellos. Este proceso colocará en funcionamiento la revolución más penetrante y abarcadora que no hemos visto nunca”.
Más que revolución se trata de la consolidación del modelo neoliberal
Una combinación de mayor explotación y medidas apuntadas a fortalecer el disciplinamiento: flexibilidad, combinación de tareas, eliminación de categorías, horas extras, mayor tecnificación, tercerización de procesos, contratos por tiempo indefinido, nuevas modalidades como el teletrabajo haciendo desaparecer la frontera entre lo público y lo privado, intensificando la demanda de trabajo y disminuyendo los costos inmediatos son algunas de las características de este combo, que busca desmontar derechos conquistados de los y las trabajadoras a lo largo de más de un siglo.
La “revolución 4.0” será devastadora sobre la población. Inicialmente provocará una reducción del trabajo socialmente necesario generando mayor plusvalía, pero simultáneamente, al introducir los capitalistas estas nuevas tecnologías en sus empresas, se generará una reducción en las tasas de ganancia y habrá un crecimiento del ejército de reserva producto del desempleo tecnológico, que se estima reducirá un tercio de los puestos trabajo existentes.
Si bien discursos apologéticos ven estos cambios como una “nueva revolución industrial” que podría relanzar la tasa de ganancia abaratando el costo de vida y creando nuevos trabajos en nuevas disciplinas que compensen los despidos masivos, lo cierto es que ésta es una posibilidad que no parece probable. Lo cierto es que desde los años ´70 la tasa de ganancia se encuentra prácticamente estancada, y por eso los embates de la burguesía son cada vez más feroces contra nuestra clase. Se podría pensar, y la burguesía piensa en efecto, que el pasaje a las energías renovables podría dar el salto en calidad que necesitan para sostener sus tasas de ganancia, pero por un lado, los imperios centrados en la explotación del petróleo hacen lobby para ignorar las presiones ambientales que hacen necesario este cambio, y por otro lado, la poca disponibilidad de ciertos minerales hace que sea imposible sostener el nivel de producción y recambio que lleva adelante el capitalismo en la actualidad. Y si se hiciera se haría a costa del tercer mundo: a costa de la mano de obra semiesclava en el reciclado de desechos tóxicos electrónicos y minería del Coltan, y a costa de llevarse con el litio, el oro y otros minerales, el agua de los acuíferos confinados en altura (por ende no renovables) de la Puna, ya que es allí donde están las mayores reservas de litio. Una transición hacia energías renovables debe incluir un debate sobre el uso y desecho desbocado de materiales que está haciendo el capitalismo a costa de la contaminación y agotamiento de bienes comunes a escala planetaria.
La desigualdad ha aumentado este principio de siglo como nunca antes en el mundo
La crisis global trae aparejada una profundización de la desigualdad en tres planos: el principal, entre las clases sociales, y luego entre Estados centrales y periféricos, y entre Estados y grandes corporaciones. Es decir, que en todos los niveles los débiles son cada vez más débiles y los fuertes cada vez más fuertes.
El desarrollo desigual y combinado de la economía global se marca a fuego en las diferencias en cuanto a legislación ambiental, mientras el primer mundo juega al capitalismo verde, en los países más atrasados los remanentes de la “era del petróleo”, el extractivismo y el agronegocio pauperizan y exponen a enfermedades y catástrofes a poblaciones enteras.
El pacto verde se ha puesto en marcha en Europa a una velocidad prodigiosa con los autos eléctricos, la producción de hidrógeno y la industria del litio como alfiles. Declaraciones del director de Ford en Alemania denunciaban cómo las grandes compañías norteamericanas, retrasadas en su transición eléctrica, se veían arrinconadas si no expulsadas por las nuevas regulaciones medioambientales de Bruselas. Ante lo cual la General Motors en EEUU respondió presurosa retirando su apoyo a la política trumpista y alineándose con el Green New Deal de Biden.
Esta nueva carrera se complementa con los millonarios contratos de las cerealeras, como por ejemplo en Argentina y Brasil, que mediante el uso de agrotóxicos prohibidos en Europa sacarán mayores rindes a la tierra recientemente arrasada por el fuego; las megafactorías de carne porcina que amenazan con enfermar a millones; el fracking que exprimiendo los yacimientos hasta la última gota anuncia con decenas de sismos el hundimiento de pueblos enteros y el extractivismo megaminero que, para proveer las materias primas que la “revolución 4.0” precisa para desarrollarse, necesita bajar sus costos mediante la destrucción de porciones enteras del planeta. Muestras de esto son la esclavitud laboral en las minas del columbio tantalio en el Congo o el poder de dar golpes de Estado como en Bolivia para cerrar contratos por el Litio; otros rasgos de barbarización es el crecimiento desmesurado de secuestros de mujeres para las redes de trata y la proliferación de narcoestados.
La globalización trae un incremento incesante de la desigualdad social en el planeta. Según la OXFAM para enero de este año los 2.153 multimillonarios más ricos del mundo poseían una riqueza equivalente a la de 4.600 millones de personas, es decir, el 60 por ciento de la población mundial.
En cuanto a la desigualdad entre corporaciones y Estados, es también un dato de OXFAM que las 10 empresas que más facturan en el mundo lo hacen por una suma superior a los ingresos públicos de 180 países juntos.
Las grandes movilizaciones caen una y otra vez en las trampas de la reacción democrática
De las grandes movilizaciones de fines del año 2019 y principios del 2020, con la pausa ocasionada por el encierro y el temor a la enfermedad, pasamos a nuevas huelgas y movilizaciones a lo largo y ancho del planeta. Esta nueva oleada de luchas es impulsada, como la anterior, por el deterioro inducido por la crisis combinado con cuestiones democráticas.
La respuesta de los gobiernos a estas movilizaciones es, como lo marca la etapa, la combinación de por un lado la represión que, junto a otros métodos de control social, se ha incrementado durante la pandemia, y la salida dentro del régimen concediendo asambleas constituyentes como en Chile, elecciones anticipadas como en Bolivia o derechos democráticos a cambio de desmovilizar a las masas y encuadrar sus luchas dentro de las trampas de la democracia burguesa.
La clase trabajadora y los sectores más pobres de la población desarrollan luchas, huelgas y hasta semiinsurrecciones que, en varios casos, se llevan puestos a los gobiernos de turno; igualmente las características centrales de las luchas en esta etapa es que son defensivas, aisladas y que las masas, a causa de su actual estado de conciencia y organización (elementos que van paralelos) no logran nuclear a lo más destacado de las diversas luchas, probablemente por la falta de una dirección capaz de ayudar a estos procesos.
Queremos enfatizar en este punto que por “dirección” no entendemos al conjunto de brillantes individuos capaces de guiar a las masas. Entendemos que lo necesario es la gestación de debates políticos de masas que vayan trazando una línea política que direccione y organice a la clase trabajadora en el sentido de un cambio revolucionario, en lugar de luchar por pequeñas reformas en el sistema democrático que constantemente se pierden como producto de la aplicación de las líneas políticas que direccionan a la burguesía.
Por la política de reacción democrática, privilegiada por el capital por casi ya medio siglo, han logrado que la “democracia” sea asimilada en el imaginario colectivo como un bien en sí misma. En nombre de la democracia se desmontó la conquista más grande de la humanidad que fueron los Estados obreros, se desarrollaron guerras e invasiones y, en lo cotidiano, con salidas electorales o constituyentes de diverso tipo han logrado desviar todos los procesos donde las masas movilizadas desbordaron a sus direcciones tradicionales, levantando como norte la caída de los gobiernos de turno.
Tal es así que esa salida democrática se convierte en una traba para los procesos insurreccionales, los desmonta y apacigua, logrando a veces estabilidad por años de ajuste constante de las condiciones de vida, deterioro de las condiciones laborales y caída de los salarios que implica, en muchos casos, retrocesos sociales, pasando de capas medias a pobres y de pobres a indigentes a grandes sectores de la clase trabajadora e incluso arrojando a la miseria absoluta a naciones enteras como varias de África, donde las enfermedades y las guerras tribales hacen retroceder a la esclavitud y la barbarie a la mayor parte de la población. A este fenómeno de barbarización que ya es de larga data debemos sumar a países como Haití y probablemente a algún otro de Centroamérica (como Guatemala y Honduras que quieren llevarlas en ese sentido), a Palestina y a Siria.
¿Podrá el capitalismo superar la crisis sin destrucción masiva de fuerzas productivas?
Los costos de la crisis lo paga la clase trabajadora, como es habitual en la normalidad capitalista, en algunos casos mediado por los Estados, mientras las personas más ricas y las corporaciones más grandes no están participando del esfuerzo de la recuperación en la misma medida. La salida de la posguerra mundial tuvo como gran estrategia de reconstrucción de Europa y reactivación de su economía al Plan Marshall, pero también trajo aparejado un sistema fiscal que cobraba grandes impuestos a las riquezas para financiar estas obras y un férreo control de capitales, para que los capitales se reinviertan en el país donde fueron generados. Hoy pareciera que el capital exige un Plan Marshall para reactivar la economía mundial pero no quiere poner la parte que les toca, ni realizar ningún sacrificio, debido seguramente a que nadie les asegura que sin una gran destrucción de fuerzas productivas las economías logren relanzar las tasas de ganancia en los términos que el capital mundial requiere. Y además es normal, ya que la salida de posguerra no fue producto de la buena voluntad de la clase dominante, sino que el clima revolucionario de esos años la obligó a ceder.
Esta situación de crisis y salto hacia atrás de gran parte de las masas trabajadoras del planeta, traerá nuevas oleadas de luchas, ya estamos presenciando un incremento en las huelgas a lo ancho del planeta, sobre todo en India, Francia e Italia, principalmente en el sector de servicios. Junto con esto también presenciamos una vuelta a las semiinsurreciones populares en Latinoamérica y un incremento de las luchas ambientalistas. De que las luchas superen a las direcciones tradicionales, construyan sus propias direcciones en el sentido de lograr una subjetividad que retome el ideario de una salida socialista y rompan con el límite que les impone la democracia burguesa dependerá que las masas pongan un freno al avance de la burguesía en esta desenfrenada carrera hacia la barbarie capitalista. Esto último plantea la necesidad, por parte de quienes aspiramos a un cambio radical, de un sólido trabajo en las masas de nuestra clase para avanzar en conciencia y organización.